Para terminar la conferencia, Jane nos contó la particular historia de Yo-yo que pasamos a relatar:
“Yo-yo es un chimpancé que había vivido sólo durante 10 años cuando entró a formar parte de un nuevo grupo. En el zoo donde estaba se formó un recinto para los chimpancés rodeado por un foso. Cómo sabéis los chimpancés no pueden nadar y ese día un macho joven hizo una exhibición delante de Yo-yo, y éste se asustó y cayó al agua. Estaba tan asustado que saltó por encima de una reja que había para impedir que los chimpancés cayeran al agua. Salió tres veces a la superficie para coger aire pero luego desapareció en el agua.
Por suerte estaba en el zoo un hombre, Rick, que sólo lo visita una vez al año, acompañado de su mujer y sus hijas. Rick saltó al agua a pesar de que los cuidadores le advirtieran que los chimpancés son mucho más fuertes que el hombre. Se metió al agua hasta que pudo encontrar a Yo-yo y se lo subió a la espalda, pesando unos 60 kg. Se dio cuenta de que el chimpancé no estaba muerto. Llegó hasta la orilla y pudo poner a Yo-yo allí y empujarlo para arriba.
Luego se giró y fue nadando hasta donde estaba su familia. La gente que estaba fuera empezó a gritar a Rick para que se fuera porque veían que venían tres machos y al mismo tiempo Yo-yo se fue otra vez al agua porque la orilla tenía mucha pendiente.
Por suerte las imágenes de la mujer que estuvo grabando la escena muestran como Rick se sujeta a la barra, mira a su familia, mira a los tres machos y mira a Yo-yo, que desaparecía poco a poco bajo el agua. Por un momento Rick se quedó sin moverse, entonces volvió, cogió a Yo-yo, lo puso de vuelta y se quedó ahí. Yo-yo cogió una mata de pasto y con Rick empujándole desde abajo logró trepar hasta el borde. Justo a tiempo Rick logró cruzar la valla hacia su lado.
Esa noche ese video fue mostrado a todo EEUU y el Instituto Jane Goodall lo vio y llamó por teléfono a Rick. Le dijeron que había hecho algo muy valiente y que debería haber sabido que era muy peligroso. ¿Por qué lo has hecho? Le preguntaron. Rick contestó que “veía sus ojos y era como ver los ojos de un hombre y el mensaje fue ¿es que nadie me va a ayudar?”.
Jane nos sigue contando: “es la mirada que he visto en los chimpancés que están a la venta en los mercados; la que Rebeca ha visto en los chimpancés de los santuarios (en Tchimpounga); es la mirada de los elefantes encadenados en los suelos de cemento; la de los perros abandonados en la calle; la mirada de aquéllos que están en los campos de refugiados, en los niños de la calle y la de todos aquéllos que viven en la calle en todo el mundo.
Si miramos y sentimos en nuestro corazón esos ojos, nosotros también debemos saltar.
Hay miles y miles de problemas de toda clase en todo el mundo. Pero no he escuchado de un solo lugar donde no haya un grupo de gente apasionada dispuesta a solucionarlo, gente que trabaja por muy poco dinero o por nada, que pone en riesgo su salud, que arriesga el núcleo social de su vida, y ahí creo que está la esperanza para el futuro, porque existe esa conexión entre el cerebro y el corazón.
Nosotros debemos actuar juntos y, además de conectar el cerebro con el corazón, debemos conectar las manos alrededor del mundo. Podemos salvar la biodiversidad, los bosques, erradicar la pobreza, mejorar vidas, ayudar a los animales y ayudarnos los unos a los otros a reconocer que también somos animales”.
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